lunes, 8 de diciembre de 2008

Ningún nuevo capítulo


Lamento iniciar esto así…

Las lágrimas rozan mis mejillas, no ceden ante el esfuerzo de detenerlas. Son las 12:40 de madrugada y el suelo no se digna a aparecer. Los siento grandes y rojos y los parpados pesan, supongo que más de media hora llevan así.

La sola idea de ser abandonada, el pasar la página y solo encontrar mes tras mes suponiendo monotonía fue impactante. Puedo afirmar que quise detenerlo pero, como había mencionado, soy masoquista y tenía más en espera, este no podía ser el final.

Nada, él, yo, páginas llenas y nada de contenido. Ojos tenues y piernas temblorosas. ¿Qué podía embargar mi cuerpo para empezar esto? ¿Qué era lo que sentía, que fuera tan fuerte, para abrir esto?

Algo se mueve a mi lado, el televisor del cuarto contiguo funciona para arrullar a quién duerme ahí y viaja en un sueño profundo. Ya no hay canción de cuna, menos fotos en el piso. Las ganas de llorar no disminuyen, la ansiedad es incontrolable. La computadora encendida mira que estoy perdida. Como odio narrar en primera persona.


Son las 12:50 y busco algo más adentro.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Recurrente y masoquista

Sincero odio a la situación, mas no a los actores. Olvidé que soy recurrente y no necesito más razones para empezar a dudar desde el inicio. Dudar sí, pero no sé si de vos o de mí. No hace falta el mismo sermón, creo que ya las palabras tienen habitación en mi cabeza. Eso de taparse los ojos con la mano izquierda (por ilusa o por querer jugar a ganar) puede que ya lo hiciera una vez, o dos. Lo que pasa es que esa mano izquierda empieza a formar una hendidura entre el dedo índice y el medio… la realidad parcial me hace girar sobre mi eje, sin querer salir del circulo vicioso. No es blanco ni negro, menos gris. Un poco masoquista… recurrente y masoquista.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Imagen escarlata martilla mi perfil
Te espanté, lo sé.
Algunas veces creo que huyes,
otras me demuestras que te gusta hacerme coro cuando río.
¡Que risa esa tuya!
me encanta oírla conversar con la mía.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Aquella noche fría

Quién lo diría, me faltas tú, sé que estás a mi lado, me hablas, pero no eres quien, aquel lunes por la tarde, pidió mi nombre a cambio de una sonrisa. No me necesitabas, no eras lo que yo necesitaba. Suspiro, no me queda más que ver como te alejas, sin decirme cual fue tu error, o como logré disolverme entre la gente. Después de la tradicional despedida que implica labios de por medio, te acercas y aparentas conocerme. Estas agradecido, lo se, te siento cerca, pero no como alguna vez lo imaginé. Tuve mucho tiempo para hacerlo girar en mi cabeza. La copa, el vino, la calle que veíamos fijamente, cuando las palabras temblorosas salían de esos labios, que se despedían de mí aquella noche fría.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Reflejo de escaparate

¿Que es lo que te gusta tanto de ese escaparate? - pregunta Mario. Ella, que era mujer de pocas palabras, lo mira, sonríe de lado y da la vuelta para seguir su camino. Él la sigue, como si no supiera que es lo que hará ella luego. Esta es la historia que se repite cada martes, por ahí de las 12:45.

Cada martes, cuando Mario se dispone a salir a almorzar, revisa que la computadora de su escritorio quede apagada, que su celular esté en vibrador y que las llaves de su oficina se encuentren al lado de su billetera. Solía llamar a Inés para que ella también saliera y poder así, juntos, salir a comer, pero al paso de las semanas, se dio cuenta que no era necesario, ella ya sabe a que hora debía estarlo esperando. Nunca se había sentido más a gusto con alguien antes de conocer a Inés.

Ella es una mujer muy tranquila, no se preocupa de más por las cosas que no ameritan una arruga en su frente, no llora por las cosas que no van a cambiar drásticamente su vida, y suelta una carcajada sólo por dos razones: por compromiso o por que está realmente nerviosa. Miraba a las personas entrar y salir de su vida sin mayor interés en establecer una relación seria con ellos, lo cual cambia al aparecer Mario.

Era un domingo, de esos que se pasan en la casa con la familia, se hacen picnics, y se comen helados. Mario odia los helados, pero le gusta mirar las muecas y acrobacias que hacen las personas para que su helado no pase por su mano, luego por su vestido y por último a la acera. Así que cada domingo se sentaba a ver la gente entrar y salir de la heladería de la esquina que está cerca de su casa. No había transcurrido mucho tiempo desde que a la niña del vestido lila se le cayera su nieve y obligara a su mamá a hacer la interminable fila nuevamente, cuando la vio. Inés traía en sus manos unas flores anaranjadas, que combinaban con su vestido. A ella le llamó más la atención la fila de niños haciendo berrinche que el helado derramado por la niña minutos atrás. Se paró en el reguero y llegó al suelo. Mario en ese momento duda, no sabía si se reía de ella o si hacía su buena acción del día, juntaba todas las flores del piso y le brindaba la mano a la mujer que le había atraído desde que cruzaba la esquina.

Al ayudarla la invita a un helado, cosa que nunca esperó hacer en su vida. Ella de una manera cortante le dice que no puede y él insiste hasta que ella no logra sacar y desempolvar otra justificación, de esas que uno inventa y tiene guardadas para salir del paso. Duran unos ocho minutos en la fila y piden lo que van a comer, ella pide un helado de chicle, él lo pide de galleta ya que como no le gustan los helados prefiere toparse con los trozos de galletita de vez en cuando que sólo comer helado y más helado.

Lo que sigue no se sabe cómo ocurrió, pero al pasar los años nos encontramos en un martes soleado, con las calles repletas de personas alteradas por el tráfico. Ellos dos caminan, como es de costumbre, después de haber almorzado. Mario lleva las manos en los bolsillos, él suele hacer esto porque es una persona insegura y así se siente protegido, suele tratar de llamar la atención de la mujer que va a su lado, pero como ella no habla mucho, él se encarga de hablar por los dos. Él suele enojarse con facilidad y toma en cuenta cualquier comentario proveniente de cualquier persona próxima a él.

Las calles parecen ser bañadas por los rayos de sol de una manera que todo cuanto ven los ojos parece ser una fotografía de esas antiguas, cuando no se podían capturar el azul del cielo y el rojo del labial de Inés. Al pasar por el mostrador donde ella suele asomarse, él la mira esperando que esta vez se distraiga y olvide que la tienda está a su lado, pero ella no es de esas que va pensado en las cuentas que debe pagar o en cómo se va a vestir al día siguiente, ella sabe donde está y se detiene frente al escaparate. Mira detenidamente cada uno de los vestidos largos y de un color parecido al de las nubes, que se encuentran ahí. Ella permanece un instante, esperando que Mario logre ver lo que ella ve, pero como es habitual de los martes, no lo hace, mira el aparador, pero sólo puede verse seducido por el reflejo de Inés en el ventanal, no llega nunca a ver más allá de esos ojos verdes que se muestran en el vidrio. Ella espera que él mire más allá y lo entienda, pero él es cautivado por esos ojos, nada más. Él pregunta, como parte de la rutina ¿qué es lo que te gusta tanto de ese escaparate?, y para terminar la escena usual ella lo mira y sonríe. Cuando él la sigue ella le agarra su mano, y lo hace olvidar la parada por ese aparador, ese que ella desea tanto que mire, pero él no ve más allá de su nariz.